Tal como había dicho a sus hombres, arrojó sobre las tinajas unos guijarros que con él llevaba; como tenía el ojo seguro y la mano hábil acertó todos los blancos y esperó, no dudando de que vería surgir a sus hombres blandiendo las armas, mas nada sucedió. Pensando que se habían dormido les arrojó más guijarros, pero no apareció cabeza alguna.
El jefe de los bandidos se irritó mucho con sus hombres, a los que creía dormidos, y se dirigió hacia ellos pensando: "¡Hijos de perra!, ¡No valen para nada!". Pero al acercarse a las tinajas hubo de retroceder... ¡Tan espantoso era el olor a aceite quemado y a carne abrasada que exhalaban!
de Las Mil y Una noches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.