(Historias para
crecer como persona;
Cristián Urzúa...
Estar seguros de nuestro/ajeno amor)
Juán se levantó del asiento, arreglando su uniforme militar, y observó a la multitud que se abría paso hacia la Estación Central. Buscaba a la chica cuyo corazón él conocía, pero cuya cara nunca había visto, "la chica de la rosa".
Su interés en ella había comenzado meses antes en una biblioteca, cuando tomando un libro descubrió algunas notas escritas en el margen. La escritura reflejaba una persona cálida y muy inteligente. En un costado estaba el nombre de ella. Juán, prendado de Ana María, buscó su dirección y le escribió una hermosa carta invitándola a conocerse o al menos escribirse.
Desgraciadamente, Juán fue llamado a hacer su servicio militar y por lo tanto durante un año, los dos se fueron conociendo sólo a través del correo. El romance fue creciendo pero cuando Juán le pidió a ella una fotografía, Ana María se negó, pues sentía que si él de verdad la quería, no importaba cómo ella luciera.
Finalmente, junto con terminar la instrucción militar acordaron reunirse a las siete de la tarde en la Estación Central. "Tú me reconocerás por la rosa roja que llevaré en la mano", dijo ella. Juán llevaría un libro de tapas rojas en la mano.
A la hora en punto Juán estaba en la estación buscando a Ana María. De pronto, una joven vino hacia él. Era alta y esbelta, de cabello castaño, ojos azules, labios color marfil y su traje rosado pálido era muy hermoso.
Juán comenzó a caminar hacia ella sin darse cuenta que la joven no llevaba una rosa. Mientras se acercaba, una pequeña sonrisa curvó los labios de ella: "perdón, joven oficial, pero usted me está impidiendo el paso", murmuró ella. Juán detuvo su andar, dejó pasar a la joven, y entonces vio a una mujer de más de 40 años, con cabello grisáceo y bajo un sombrero gastado, que estaba justo detrás de la joven. Era bastante gorda y sus pies descansaban en zapatos de suela baja.
La joven del traje rosado se marchaba rápidamente saliendo de la estación. Juán se sintió dividido en dos, pues había un gran deseo de seguir a la joven, pero al mismo tiempo se había dado cuenta, de que la otra mujer tenía una rosa roja en su mano. Y ahí estaba ella. Su pálida y rolliza cara era gentil y sensible, sus ojos grises tenían un brillo cálido y amigable. Juán no vaciló, apretó el libro de tapas rojas que llevaba y decidió identificarse con ella. La saludó militarmente y le ofreció el libro, aunque bastante decepcionado con el encuentro.
Soy Juán, y usted debe ser Ana María. Estoy muy contento de que nos conozcamos. ¿La puedo llevar a cenar? La cara de la mujer se iluminó con una gran sonrisa y le dijo: "no sé de qué se trata esto hijo, pero la señorita del traje rosado que se acaba de ir, me rogó que tomara esta rosa en mis manos".
"Y ella dijo que si usted me invitaba a cenar, le dijera que lo está esperando en el restaurante del frente".
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